25.7.09

Star Crusade #3

“Encuentros”
Historia: Rodrigo Roa.

I

El Capitán Estelar trató de calmar a los agentes de la policía de Anthil, pero no logró nada. Apenas entendía su lenguaje, así que utilizó sus poderes para traducir lo que decían.

Arubal no estaba nada de contento con la situación, pero no sabía si su furia estaba dirigida al extraño visitante de otro mundo, o a sus propios hermanos de raza.

- ¡Deténganse ahí, monstruos! – gritaba uno de los policías – No le harán más daño a nuestro mundo.

Arubal estalló de ira al escuchar tan injustas palabras. Sin pensarlo dos veces, saltó sobre el policía, y lanzó un fuerte golpe. Los demás agentes abrieron fuego, y el Capitán Estelar tuvo que entrar en acción.

Los disparos se multiplicaron, y mientras Arubal, furioso, golpeaba a los agentes, el héroe de Eburan intentaba detener el combate, y sólo se defendía.

De pronto, uno de los disparos dio de lleno en el costado de Arubal. Al verlo caer, los policías se abalanzaron inmediatamente sobre él. En ese momento, el Capitán Estelar tomó una decisión.

Viendo al ser de apariencia monstruosa, allí, desvalido, decidió poner fin al combate de forma radical. Elevando su mano, un resplandor lo envolvió, y de inmediato lanzó un rayo de energía hacia el suelo. El polvo y las rocas salieron disparadas, y con rapidez, tomó el cuerpo de Arubal, y aprovechó la distracción para elevarse y llevarlo con él.

A la distancia, vio que su nave ya había sido ocupada por algunos agentes policiales, así que tuvo que volar aún más alto, y alejarse, para pensar en una estrategia que lo sacara de esa situación… a él, y al extraño ser que acababa de salvar… ¿había hecho bien?

II

Los defensores del universo, convocados por el Consejo InterPlanetario, estaban distribuidos a través de la galaxia, recolectando los cristales de Energía Cor.

En un planeta deshabitado, ubicado en el borde exterior de la Vía Láctea, Nishke, el defensor del planeta Uda, lideraba un escuadrón de policías, que recolectaban los cristales con sus StarBoxes.

Sobre sus cabezas, las naves de la Policía cubrían el cielo, protegiéndolos de cualquier posible amenaza, lideradas por un enorme crucero de combate.

Nishke dirigía la recolección, y también participaba de ella. El planeta estaba lleno de pequeños cristales, que habían impactado allí, y habían creado un campo de cráteres. Todo se hacía con prontitud, para evitar cualquier problema. Las StarBoxes se llenaban de energía, y sólo el sonido que hacían los presentes se oía en la atmósfera de un planeta vacío.

De pronto, Nishke oyó algo. A la distancia, un sonido similar a un crujido llegó hasta sus oídos, y advirtió a algunos de los policías que tenía más cerca. El sonido se hizo más fuerte, y repentinamente, el defensor pensó en mirar hacia el cielo.

Allá, en las alturas, el crucero de combate y un par de naves más pequeñas, se caían a pedazos, destrozadas, y con grandes explosiones que iluminaban tétricamente la atmósfera del planeta.

Nishke y los policías sintieron un escalofrío en su cuerpo, el cual se acrecentó una vez que, frente a ellos, un poderoso ser se revelaba como el atacante, y avanzaba en busca de sus próximas víctimas…

III

- Creo que nos hemos metido en un problema, involuntariamente… - dijo el Capitán Estelar.

- Yo no te pedí que me ayudaras… ¡Argh! – se quejó Arubal, un poco molesto por la intromisión de este extraño, y adolorido por su herida.

- Pues si no lo hubiese hecho, no habrías salido a tiempo de ahí… - se justificó el héroe - ¿Por qué te perseguían? ¿Y por qué me atacaron?

- La gente por aquí odia a la gente que llega sin invitación… - dijo Arubal, con ironía.

El Capitán Estelar había volado por unos kilómetros, hasta ponerlos a ambos a salvo, en una pequeña llanura, ubicada entre cerros. Luego, se dedicó a curar como pudo, la herida de su extraño acompañante. Trató de entablar una conversación para calmarlo.

- Y entonces… escuché que te llamaban “Arubal” – dijo, algo dubitativo - ¿Cuál es tu historia?

- No quieres saberla… - respondió el Thilar – Y tampoco quieres quedarte en este mundo, sé por qué te lo digo… Así que será mejor que pienses una forma para recuperar tu nave, largarte de aquí, y alejarte de este monstruo…

- No te veo como un monstruo, Arubal – respondió el defensor – He aprendido a respetar a todas las criaturas del universo por igual, y créeme… Existe una diversidad que ni siquiera te imaginas. El universo es infinito, y hermoso… ¿Alguna vez has salido de Anthil?

Arubal parecía no prestar mucha atención a las palabras del Capitán Estelar, pero en el fondo de su corazón estaba gozoso de oírlo. Viajar entre las estrellas era sólo un sueño para él, hasta entonces.

- Tengo una misión, y Anthil es sólo un paso momentáneo – dijo el Capitán, mientras seguía curando las heridas de Arubal – Debo volver a mi viaje… Será mejor que me apresure…

Arubal se levantó apenas se sintió un poco mejor, y se alejó del defensor, actuando aún con distancia y frialdad. Observó su alrededor sin cambiar su expresión, pero el Capitán supo que estaba junto a un buen aliado.

- ¡Puedes llamarme Capitán Estelar…! – le dijo, a la distancia, sin recibir una reacción. Sin embargo, debajo de la dura y deformada piel, Arubal sonreía como no lo hacía hace tiempo, por haber encontrado a alguien que no le temía ni le odiaba, y que además, le permitía soñar con salir de una vez por todas de su mundo.

IV

Planeta Dardac. Hace dos ciclos dardakianos (Un mes terrícola).

Los últimos años habían sido tranquilos para N’Arek, de regreso en su mundo natal. Sin poderes, y sin la responsabilidad de salvar y proteger todo un planeta, como cuando era Hyperman, defensor de la Tierra, ahora se había enfocado en labores más prácticas para el desarrollo de su pueblo, y esto lo había llevado a ser el líder de una de las tribus que lo había acogido.

Junto a sus grandes amigos, la hermosa C’Esut y el pequeño G’IyB, trataba de llevar una vida lo más normal posible para un dardakiano en esos días.

Ese día, juntos los tres, recorrían uno de los valles, a través de los espesos matorrales, buscando tierra fértil para sembrar.

- Las patrullas siguen revisando cada rincón de este valle, tal como ordenaste, N’Arek – dijo la hermosa C’Esut.

- Muy bien. A este paso encontraremos algún trozo de tierra que no se haya perdido, dentro de pocos ciclos – respondió confiado el hombre que alguna vez fue conocido como Joseph Armstrong, en la Tierra.

El travieso G’Iyb corría entre la gran vegetación, a pesar de las advertencias de sus mayores. A pesar de sus travesuras, su energía de niño contagiaba a N’Arek, y alegraba sus días. Gracias a eso, y a su gente, se sentía pleno en Dardac.

De pronto, el niño gritó. Los dos mayores corrieron a su encuentro, y vieron que había caído en un profundo pozo, pero que no tenía mayores daños.

- Te dijimos que no corrieras, G’Iyb… – lo reprochó N’Arek – Tranquilo, te sacaré de inmediato.

El hombre tiró una de las cuerdas que llevaba consigo hacia el pozo, y comenzó a descender.

- Ya voy, tranquilo… No será difícil sacarte, es sólo cuestión de… Esperen… - se interrumpió N’Arek - ¿Qué es esto?

Se detuvo, y observó con detención una extraña flor de grandes pétalos, que brotaba del borde del pozo. Con curiosidad, N’Arek se acercó más a ella, la tocó, y súbitamente, un extraño gas brotó de ella y roció el rostro del hombre, que gritó de dolor.

El grito estremeció a la mujer, que miraba desde arriba, y al pequeño que esperaba ser rescatado. N’Arek cerró sus ojos, e inconsciente, se soltó de la cuerda y cayó.

Pero el golpe de la caída no se sintió, y el pequeño G’Iyb fue el primero en notar la razón de esto.

- ¡C’Esut! ¡Mira! – gritó el niño – N’Arek no ha tocado el suelo… Está… ¡Está flotando!


Continúa...
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