15.8.09

Mirox Presenta #4

“Pimpinela Escarlata”
Historia: Rodrigo Roa.
Basada en los personajes creados por Baronesa de Orczy.


I

Hace 4 meses. Inglaterra.

Un carruaje descendía por las calles húmedas de Dover, y el ruido que éste hacía rebotaba en el ambiente, produciendo un eco particular en la noche de la ciudad.

Una vez que la lujosa mansión estuvo a la vista, el carruaje detuvo su marcha, y uno de sus pasajeros bajó y caminó hasta la puerta del iluminado recinto, presuroso. Llamó a la puerta un par de de veces, y una de las sirvientas atendió el llamado.

- Buenas noches, señorita. – dijo el visitante – Mi nombre es James Pitkin. Traigo un mensaje de importancia para el señor Preston Blakeney.

La mujer no tardó en comunicar esto a su amo, el cual recibió al visitante, a pesar de no tener idea exacta de su procedencia, y mucho menos, del mensaje que pudiese traer.

- Señor Blakeney – habló Pitkin, una vez que estuvieron solos en el gran salón de la mansión – He recorrido un largo trayecto, desde “El Descanso del Pescador”, para traerle esto.

El hombre le extendió un pergamino, que parecía tener una considerable antigüedad. Lo único que se veía, al tomarlo, era el dibujo de una pequeña flor roja, con forma de estrella, estampada en el papel. Pitkin siguió explicando.

- Esto, señor Blakeney, es parte de la herencia que su padre le dejó. Por mucho tiempo, trabajé con él, y me pidió que le diese esto a usted, en el momento oportuno – dijo, lo cual sorprendió a su interlocutor – Acéptelo, y cuente con todo nuestro apoyo.

El rostro de Preston Blakeney tras leer el mensaje, lo decía todo: había encontrado su destino, o más bien, el destino lo había encontrado a él.

II

Hace 3 meses. Londres, Inglaterra.

Marianne Blakeney era una mujer distinguida y muy inteligente. De origen francés, tras su matrimonio con Preston Blakeney, se había instalado en la gran casa que éste poseía en el centro de Londres. La hermosa mujer solía acompañar a su esposo en sus viajes de negocios, por toda Inglaterra, pero disfrutaba especialmente cuando pasaban algunos días en su mansión de Dover.

Este matrimonio era reconocido en el país, y era visto como una de las parejas más ricas, y por tanto, poderosas, de la aristocracia local.

Entre ellos, sin embargo, existía cierta frialdad. Absorbido por sus negocios, Preston dedicaba poco de su esfuerzo a complacer a Marianne, por lo cual, sus vidas se desarrollaban de forma independiente, en muchos momentos.

A pesar de su distancia emocional, Marianne notó algo extraño en su esposo, desde la noche en que un visitante, desconocido para ella, le entregó un mensaje que parecía urgente. Aún notando esto, le sorprendió cuando su esposo le contó acerca de su siguiente viaje.

- Marianne… - le dijo, un tanto nervioso – Debo ir a París. Saldré en un par de días, y espero estar allá al menos una semana.

- Sabes que no puedo ir contigo, por más que quisiera visitar mi país – respondió ella, un tanto sorprendida por el anuncio repentino.

- Tranquila… - le dijo él, tratando de excusarse – Es sólo otro viaje de negocios.

Preston partió, pese a notar que su esposa no estaba conforme. En el fondo de su corazón, la amaba profundamente, y se prometió volver tan pronto como pudiese, y no volver a sorprenderla con otro viaje repentino.

Sin embargo, los viajes a París se hicieron cada vez más frecuentes. Entonces, fue cuando ella notó que algo había cambiado. Sin que ella lo supiera, en la mente de Preston aún daba vueltas aquella pequeña flor escarlata.

III

Hoy. París, Francia.

- En los últimos meses, las operaciones de este sujeto han sido frecuentes, y las pistas, aparte de esa estúpida flor, son mínimas… ¿Cómo puede ser eso posible?

Mientras bajaba las escalinatas del Congreso, el Senador Chauvelin cuestionaba a su asesor, el señor Desgas, escudriñándolo con su mirada penetrante, preocupado por el misterioso personaje que había permitido el escape de al menos una docena de inmigrantes, tanto legales como ilegales, que eran perseguidos por la policía francesa.

- Tenemos a algunos agentes de inteligencia trabajando en esto… - dijo, con timidez, Desgas.

- ¡No quiero más excusas! – interrumpió Chauvelin, con violencia – Si es necesario movilizaremos al ejército entero, ¡pero no se nos escapa uno más de esos imbéciles!

En ese momento, Brogard, otro de los asesores del Senador, corrió a su encuentro. Chauvelin lo recibió de mala gana, pero su expresión cambió cuando escuchó las noticias que le traía.

- ¡Señor! ¡Señor! Tenemos un informe de inteligencia… Han interceptado un mensaje… ¡Mañana mismo podremos atrapar a ese sujeto!

- Muy bien… Espero que sea así, citoyen – dijo el Senador, con un brillo de satisfacción en sus ojos - ¡Esta vez atraparemos a ese tal Pimpinela Escarlata!

IV

La mañana siguiente, Chauvelin acudió a las afueras de la gran ciudad de las luces, junto a Desgas, su brazo derecho. Había dado precisas instrucciones para que los demás agentes permanecieran a distancia, y sólo actuaran cuando él les diese una señal.

Ocultos entre los matorrales y sobre un montículo, Chauvelin y Desgas esperaban que el misterioso Pimpinela Escarlata hiciese su aparición.

Abajo, un hombre de raza negra, uno de los inmigrantes que el Senador perseguía, parecía esperar algo, afirmado en el tronco de un gran árbol. A la distancia, se lograba distinguir un trozo de papel en sus manos, lo que alegró a los ocultos observadores, ya que pensaron que podrían usar eso como prueba para encarcelar a ese hombre, junto a Pimpinela Escarlata.

Pasaron largos minutos, y nada extraño ocurrió. Chauvelin comenzaba a impacientarse, y de pronto, un sonido de movimiento en los matorrales cercanos desvió su atención. Ordenó a Desgas qué había provocado el ruido, y éste fue hacia los matorrales, removiéndolos, y siguiendo en esa dirección hasta perderse de vista.

El inmigrante que estaba abajo continuaba allí, sin moverse. Desgas se tardó varios minutos, y el Senador decidió llamar a su empleado.

- ¿Está todo bien allí, Desgas? – le preguntó.

- Sí, señor… todo bien – respondió una voz a la distancia.

- Entonces, ¿por qué tardas tanto, inútil? – volvió a preguntar, irritado.

Pero esta vez no obtuvo respuesta. “¿Desgas?”, lo llamó una vez más, y al no escuchar nada, se levantó y fue hasta los matorrales. Pasó a través de ellos, y a poco andar, encontró a su empleado en el suelo, inconsciente. No había nada más allí.

De inmediato, Chauvelin volvió a su puesto de observación, alterado, y descubrió que el inmigrante ya no estaba. Bajó corriendo hasta el árbol en el que antes estuvo, y lo único que encontró allí, fue el dibujo de una pequeña flor de color escarlata, tallada en el gran tronco.

Chauvelin gritó de rabia y frustración. En los pocos segundos que tardó en encontrar a Desgas, lo habían burlado de nuevo, incluso, usando la voz de su propio empleado. Y de Pimpinela Escarlata no había rastro alguno, aparte de la firma que demostraba que lo había logrado una vez más.

V

Hace 4 meses. Inglaterra.

Mientras leía el mensaje que James Pitkin había traído, Preston Blakeney recordaba las historias que alguna vez le había contado su abuela. Sólo en esas historias había oído de las hazañas de un valiente y enigmático personaje, que arriesgaba su vida para salvar a los inocentes, burlando una y otra vez a sus perseguidores, usando su gran astucia, y el apoyo de otros valientes hombres y mujeres, dispuestos a todo por su causa. Sólo en esas historias, que parecían fantasía pura, había oído del audaz Pimpinela Escarlata.

Pitkin interrumpió esos recuerdos con sus palabras.

- Como dice en ese mensaje, señor Blakeney, sus antepasados han continuado con el legado del ya legendario Pimpinela Escarlata, desde la época del primer hombre que fue conocido por sus proezas: Sir Percy Blakeney. – tras una pausa, en la que se preparó para enunciar algo importante Pitkin agregó – Usted debe ser el próximo, el tercero en llevar ese legendario nombre.

- ¿Y cómo se supone que consiga el apoyo necesario? ¿Cómo podría ser digno de esta responsabilidad? – cuestionó Blakeney.

- No es necesario que se preocupe. Hay 19 de nosotros, dispuestos a dar nuestras vidas, si fuese necesario – respondió Pitkin – Personas como Sir Andrew Ffoulkes y su esposa, Suzanne, Adrian Saint Just, Anthony Dewhurst, y otros. Somos la Liga de Pimpinela Escarlata, y confiamos plenamente en usted y sus capacidades.

Lleno de orgullo, y con el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, Preston Blakeney miró una vez más la pequeña flor estampada en el papel. Recordó de nuevo las historias de su niñez, y decidió que su amada Marianne debía quedar fuera de esto y de todo riesgo.

- Las mismas amenazas, en distintos escenarios… - pensó en voz alta, aún recordando las aventuras con las que su abuela lo maravillaba – Muy bien, señor Pitkin… ¿por dónde empezamos?

- Esperamos sus órdenes, señor Blakeney.

Durante los siguientes meses, el número de inmigrantes rescatados de la policía francesa, así como también de las fuerzas de la ley inglesa, se incrementó. Los golpes de Pimpinela Escarlata y su Liga, adornados con los rumores de las proezas de su astucia, se esparcieron, a pesar de la ira de algunos como el Senador Chauvelin.

¡Los inocentes habían vuelto a tener un salvador! Y el resto, es historia…


Fin...
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