3.10.09

Blackbird #8

“Hijo de la Fe” (Parte 2 de 4)
Historia: Rodrigo Roa.

I

Dos días después de su salida desde la capital de Eria, Christian McKenzie y Adam Johnson ya estaban muy cerca de su destino. Estaban cansados de caminar, pero la ansiedad de llegar les seguía dando energía.

Los rayos del Sol llegaban con intensidad hasta sus rostros, y los sentían como si alguien estuviese presionando su piel. La arena del camino asemejaba la imagen a la de un árido desierto.

De pronto, a lo lejos, vieron la silueta de un hombre, que se dirigía corriendo a su encuentro. Ambos se detuvieron, y esperaron que el hombre no identificado los alcanzara.

Cuando estuvo a la vista, Christian McKenzie lo reconoció.

- ¡Balir! ¿Qué haces acá, tan lejos de la tribu? – le preguntó, sorprendido.

- Rodlick me ha enviado a recibirlos… - respondió el joven Hachit.

- ¿Tan… lejos?

- Así es… - respondió el indígena – Me temo que nuestro Guía está preocupado por su llegada… aunque no nos ha dicho la razón. Pero por eso me envió… a recibirlos, y advertirles que tengan cuidado en sus próximos pasos…

Tanto McKenzie como Adam se extrañaron de estas palabras. Pensaban que serían bienvenidos, sin mayores reticencias. Los Hachit eran hospitalarios con aquellos a quienes recibían voluntariamente, así que algo extraño debía estar pasando para que esta vez fuese distinto.

- Muy bien, Balir, seremos cuidadosos… Ahora llévanos hasta la tribu – pidió McKenzie.

Junto al joven mensajero de los Hachit, los dos viajeros comenzaron la última etapa de su viaje, directo a la tribu del pueblo más antiguo del mundo.

II

Era poco frecuente que alguien llamara a la puerta de la casa de Cat O’Neal, así que cuando escuchó el timbre, la mujer se apresuró en abrir.

Vio que al otro lado de la puerta estaba una muchacha, a la que reconoció como Sophie, de quien Adam le había hablado bastante, así que la recibió amablemente.

- Tú eres Sophie, ¿verdad? – le preguntó con una sonrisa.

- Si… señora…

- Señorita O’Neal… Catherine O’Neal… Pero llámame Cat, si te es más cómodo – explicó amablemente la mujer.

- Eh… creo que seguiré diciéndole “señorita O’Neal” – respondió Sophie, con cierta frialdad - ¿Está Adam?

Cat notó algo extraño en la joven, que parecía distraída y fría. Adam le había hablado de una mujer enérgica y alegre, por lo cual, intuía que algo no estaba bien.

- No… él… está de viaje por unos días… - dijo Cat – Me ha hablado mucho de ti… creo que te tiene mucho aprecio – agregó, luego de una pausa.

Estas palabras hicieron que la expresión de Sophie cambiara definitivamente. Algo la perturbaba, y Cat lo notó.

- Disculpa que me entrometa… - le dijo – Pero… ¿te sucede algo? ¿Estás bien?

- Yo… - respondió la joven, luego de un momento de silencio – la verdad… quería hablar algo con Adam… algo que da vueltas en mi cabeza desde hace días…

- Sé que no nos conocemos… Pero puedes confiar en mí – dijo Cat, tras unos segundos, y con una voz que le transmitió mucha confianza a Sophie.

- Es extraño… - decidió hablar la muchacha - pero… siento que a pesar de que ya ha pasado un tiempo desde que nos conocimos… aún no sé nada de Adam… Nunca ha hablado de su familia, o de su origen… Eso me perturba…

- Pero… ¿por qué habría de ser eso algo tan grave?

- Yo… creo que… - Sophie no sabía cómo decir lo que seguía, pero como era una mujer fuerte, se atrevió, sobre todo por la confianza que transmitía Cat – He desarrollado sentimientos por él… aprecio mucho su amistad… pero no saber nada de él me hace tener una sensación extraña… un miedo de que esté ocultando algo.

Cat estaba sorprendida, pero también comprendía lo que le sucedía a la chica. El origen de Adam era un misterio también para ella, a pesar de que confiaba en él, e incluso sabía quién era su padre…

- Creo que debo irme, señorita O’Neal… Discúlpeme por molestarla con mis asuntos… Gracias por su amabilidad, hasta pronto.

Sophie y Cat se despidieron con afecto y la joven dejó el lugar. La dueña de casa la vio partir, mientras pensaba en el verdadero misterio que era su joven amigo. Sin embargo, ni siquiera imaginaba que el origen de Adam era un misterio incluso para él mismo.

III

La tribu Hachit estaba realizando sus labores diarias cuando Adam Johnson y Christian McKenzie llegaron al lugar, acompañados del joven Balir.

Una vez allí, Rodlick, Guía del pueblo, los recibió.

- Bienvenidos sean, viajeros. Reciban la bendición del Creador.

- Gracias, Rodlick. Este es Adam, el muchacho del que te hablé – respondió Christian McKenzie.

Rodlick miró atentamente a los ojos de Adam. Su cara tenía una expresión dura mientras lo hacía.

- Reconozco tu esencia, Adam. La sangre que corre por tus venas ya ha pisado esta tierra – dijo el anciano indígena.

Adam se sorprendió de escuchar esas palabras. Parecía ser cierto que este hombre sabía acerca de su origen. Pero las palabras que siguieron lo sorprendieron aún más.

- Debo advertirles algo… En mis sueños se me ha profetizado este momento… Se ha anunciado el peligro que trae consigo, la llegada del “pájaro negro”. Tengan cuidado – dijo Rodlick, con mucha seriedad.

Ambos viajeros quedaron sin palabras ante esto. Sus miradas demostraron cierto temor ante el anuncio del Guía, pero no supieron que responder.

- Balir los llevará a su choza, donde se quedarán mientras dure su visita – interrumpió Rodlick, que luego de esto, los dejó.

El pequeño Hachit los guió hasta sus aposentos, donde Adam y Christian descansaron el resto del día, aunque las palabras de Rodlick aún daban vueltas en sus cabezas.

IV

La noche en las tierras de los Hachit era muy distinta a la de la ciudad. La cantidad de estrellas era increíblemente superior, y la nitidez de ellas era casi irreal, sobre todo en esa oscura noche sin luna. La llanura en la que habitaba el pueblo más antiguo del mundo presentaba una imagen que parecía ajena a este planeta, sobrenatural e inspiradora.

Adam observaba el horizonte, de pie, a un lado del lugar donde se hospedaban. Mientras, Christian McKenzie bajó a hablar con el Guía del pueblo, y se dirigió hasta su choza.

- Rodlick… necesitaba hablar contigo… acerca de tus visiones – le explicó – Me preocupan… ¿qué tienen que ver con Adam?

- Las visiones que llegan a mi provienen de los dioses… No puedo hacer nada para evitarlas.

- Pero si puedes interpretarlas… - replicó McKenzie.

- Si. Y así como pude profetizar la última era de los héroes, ahora se me ha anunciado el último día de los Hachit.

- ¿De qué estás hablando?

- Se me ha revelado – comenzó a narrar Rodlick – que la llegada del “pájaro negro” anunciaría el último día de nuestro pueblo. El miedo se levantará, y opacará la luz de nuestros dioses, y la vida de los hombres.

Christian quedó desconcertado ante las palabras del indígena. Sabía que era sabio, y que no mentía ni exageraba cuando hablaba, así que realmente era preocupante que le dijera esto. ¿Qué tendría que ver Adam con la caída de este pueblo?

De pronto, mientras pensaba en eso, escuchó unos fuertes ruidos en las afueras, en medio de la tribu. Rodlick y él salieron presurosos de la choza, y se encontraron con toda la gente corriendo descontrolada, de un lado a otro, emitiendo gritos de desesperación.

Los animales de la zona también corrían desbocados, y algunos se lanzaban sobre las demás chozas, destrozándolas. Una de ellas se encendió repentinamente, y el fuego se extendió con rapidez, por todos los rincones.

El caos se apoderaba de la tribu, y la noche parecía aún más oscura. En el mismo momento, Adam Johnson caía, desvanecido, y perdía la conciencia.

V

Al abrir los ojos, frente a él, sólo se levantaba una silueta femenina. Se levantó, y notó que no había nada más que un espeso color blanco alrededor.

La mujer parecía familiar, y estar frente a ella era acogedor. Adam se sentía tranquilo en su presencia, a pesar de que sabía que no estaba en el “mundo real”. Finalmente, se atrevió a hablar.

- ¿Dónde… estoy?

Notó que la hermosa mujer flotaba en el aire, y sus ropajes eran majestuosos, e incluso brillaban. La mujer no tardó en responder, a la vez que le sonreía.

- Bienvenido, Adam Johnson. Has sido traído aquí para encontrar las respuestas que buscas.

- ¿Y quién eres tú? – preguntó Adam una vez más.

- Los Hachit me conocen como Itfad, diosa de la Fe – respondió la mujer – Adam… yo soy tu madre.


Continúa...
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