22.12.10

Quick #1

"Malas Vibraciones" (1 de 4)
Historia: Jairo Guerra

I

Se despertó sofocado. Estuvo perdido unos segundos, como cuando salimos del agua después de que una gran ola nos toma por sorpresa, y nos revuelve en su acuosa salinidad. Se dio cuenta de que estaba en su sala, sentado en su sillón, acomodado frente al televisor, todo esto en medio de la penumbra nocturna, quebrada tan sólo por la luz de la Luna que entraba entre las persianas, manchando todas las siluetas con su frío brillo.

Pasó su mano derecha por la cara, retirando la fina película de sudor que cubría su frente. Intentó levantarse, pero su cuerpo estaba adormecido, acalambrado, como si no se hubiese movido en muchas horas, en estado de reposo excesivo. La situación era incomoda, pero más aún era el hecho de no recordar cómo es que se había quedado dormido en su sillón, si su ultimo recuerdo vívido era una siesta en un hotel al otro lado del mundo...
¿Había soñado estar en otro lugar?
Quizás este era el sueño...

Apretó los ojos, intentando quebrar la ilusión; nada pasó. O bien estaba atrapado en un sueño, o bien estaba en el mundo real, con una incógnita por resolver.

Pasaron varios minutos antes de que sintiera el flujo de la sangre en sus venas calmarse y normalizarse. Solo entonces pudo levantarse del sillón, tambaleándose un poco, como perdiendo el equilibrio. “Es el adormecimiento”, pensó, y prendió el interruptor de la luz.

El resplandor lo cegó unos instantes, dando paso luego a la imagen de su sala en la misma disposición en que la recordaba, pero cubierta de polvo por todos lados, sucia como si no hubiese sido habitada en semanas. Algo muy extraño estaba sucediendo.

Hurgó en sus bolsillos, buscando su teléfono móvil: estaba sin batería. Mientras buscaba el adaptador de corriente, sintió que algo, en sí, no estaba bien: algo le faltaba, algo no parecía estar funcionando como debía.

Dejó el teléfono cargándose, y volvió al sillón, sintiendo algo parecido a dolor de cabeza, pero no era eso, no, más bien era como si algo dentro de su cabeza zumbase, vibrase, sin provocar dolor, pero siendo evidente y constante su presencia. Como la estática que se escucha cuando un televisor o una radio no están bien sintonizadas.

Sin comprender lo que pasaba, encendió el televisor. Eran las nueve de la noche, o pasadas, pues estaban dando el noticiario:

- “... fue rápidamente controlado por los cuerpos de bomberos, quienes lograron extinguir las llamas gracias a la acción de Quick, el que también contribuyó con el rescate de los atrapados, en una magnífica maniobra conjun...”.

Apagó de golpe el televisor. Dijo algo, luego lo dijo más fuerte, y luego gritó: no hubo sonido alguno. Pataleó, aplaudió, lanzó cosas contra la pared, quebró vasos, rompió sillas, pero nada; sus oídos estaban cerrados. Con las manos cubiertas de sangre, volvió al sillón, sintiéndose mareadísimo. Prendió nuevamente el televisor: podía escuchar perfectamente lo que en ella decían, pero oír no es la palabra, pues el sonido no parecía entrar por el conducto auditivo; más bien el sonido parecía emanar, no, aparecer, dentro de su cabeza, como si fueran parte de sus pensamientos.

Asustadísimo, se puso de pie. Tomó su teléfono celular para llamar por ayuda, pero al sacarlo del adaptador de corriente y encenderse la pantalla, pudo ver la fecha en la que se encontraba.

5 DE JULIO DEL AÑO 01 DD.

Su último recuerdo, en el hotel, era Septiembre, del año 2005 DC.

II

- ¿Te pasa algo, Roy?

- No, no. Nada.

- ¿Estás seguro? Te noto raro...

- Ya dije que no me pasa nada – se levantó con violencia y se esfumó, dejando su tazón de cereal vacío.

Un portazo en el segundo piso le advirtió a Oliver que Roy se había atrincherado en su habitación, mientras él buscaba en su mente una palabra, una frase, un hecho o quizás una omisión que lo hubiese ofuscado. Pensó en subir a conversar con él, pero luego descartó la idea; después de todo, Roy era ya todo un adolescente y como tal, estaba en una etapa difícil. Presionarlo a la comunicación no era, en lo absoluto, una buena alternativa. Así, Oliver terminó su desayuno y se arreglo para ir a trabajar. Cuando fue ya la hora de irse, subió las escaleras, y a través de la puerta le dijo:

- Me voy al gimnasio. Si quieres, más tarde podemos hablar. Cuídate.

Sin esperar respuesta (estaba seguro de que no la habría), se fue (y no la hubo).
  
III

Dentro, Quick reposaba sobre su cama. Reposaba es un decir, pues no estaba del todo quieto: vibraba ligeramente, y tal hecho lo tenía profundamente perturbado. Hace días que venía sucediendo, y aunque imperceptiblemente, había ido en constante incremento. Ni aún haciendo grandes esfuerzos había podido detenerse.

No podía quedarse ahí, sin embargo. Tenía otras obligaciones que cumplir. Definitivamente no podía ir a la escuela, pero podía hacer rondas de patrullaje extras, mientras pensaba en alguna solución a su problema. Con dificultad se puso el traje y salió.

No era lo único que le preocupaba en ese momento. Había más cosas que rondaban su mente, hechos que habían sucedido a la par con el inicio de su descontrol, y que a la vez eran consecuencias del mismo. En ese orden de cosas, llevaba días sin poder degustar la comida, pues comía a tal velocidad que el tiempo que la comida duraba en su boca era insuficiente para que la lengua atrapase su sabor; también tenía la constante necesidad de tomar agua, mucha agua, pues si pasaba mucho tiempo deshidratado, la vibración de su cuerpo se hacía dolorosa; esto también le había impedido dormir bien. Y así, varias cosas más que antes podía hacer a velocidad normal, ahora pasaban tan rápido para él, que dejaban de tener sentido. ¿Hasta qué punto sería tolerable tal descontrol? Una parte importante de ser un humano parecía escapársele: la capacidad de sentir. Y eso también lo trastornaba.

Pensaba en todo esto y corría. Corría rapidísimo, forzando una velocidad que antes parecía no tener. Dejó de lado sus preocupaciones y se concentró sólo en seguir corriendo: al parecer el único de los disfrutes que aún poseía, la sensación de la velocidad. Corrió, sintiéndose uno con la velocidad, atravesando ciudades, valles, desiertos, mares, cadenas montañosas y vastos océanos que parecían interminables.

De repente, se detuvo. Y se detuvo de verdad, pues la vibración había desaparecido. Feliz, pero exhausto, miró a su alrededor. Estaba en el claro de un bosque desconocido, y pudo oír agua correr. Caminó (de puro gusto) hasta un riachuelo cercano y bebió, para luego tirarse a dormir en la orilla.
  
IV

Pasó días aferrado a su sillón, escuchando la televisión, poseído por una mezcla de profundo terror y voluptuosa fascinación. Se había levantado sólo para satisfacer sus necesidades básicas (comer e ir al baño), descubriendo que su falta de equilibrio se debía a su sordera, carencias a las que ya se había acostumbrado.

Mientras observaba una telenovela, una idea se coló en su cabeza. Buscó el control de la televisión y la apagó. Se dirigió hacia el equipo de radio y lo prendió. Las melodías de una canción pop se colaron en su mente. Sonrió, con la satisfacción de haber comprobado su teoría. Volvió a encender la televisión y estuvo así, con ambos aparatos sonando en su mente, mezclando ambas frecuencias, entrelazándolas con sus pensamientos, muchas horas hasta que logró separar las sintonías. Apagó ambos aparatos y se dirigió al baño. Se afeitó, se duchó, y se vistió con ropa nueva y, después de días (¿o habían sido meses? No tenía como saberlo), salió a la calle.

Horas después, traspasaba el umbral de su apartamento en dirección contraria, cargado con bolsas. Un par eran sólo víveres, pero el otro montón, el paquete más grande, eran dispositivos y partes electrónicas. Luego de haber comido, se puso a trabajar, ensamblando y soldando su nuevo juguete: un aparato de radio aficionado.
  
V

El sol estaba poniéndose cuando Roy despertó. Para su desgracia, lo que lo sacó de su siesta fue la vibración de su cuerpo, que sacudía sus fibras ahora con mucha más violencia que antes; tanto así, que le costó trabajo ponerse de pie. “Debo buscar ayuda”, se dijo, mientras su mente sufría también con el descontrol, saltando de un pensamiento a otro, impidiéndole concentrarse. Reuniendo fuerzas, recomenzó su carrera, creyendo que quizás funcionaría para calmar su hiperactividad.

Se preguntó también donde podría dirigirse ahora, y si debía de contarle a Oliver. No, a Oliver no. Le producía vergüenza el hecho de que su entrenador (más bien su padre, pues así lo consideraba ahora), se enterara de que su pupilo (hijo) había perdido burdamente el control sobre su (¡único!) poder. Viéndolo así, prefería que nadie lo supiera.

Corría por sobre el mar, cuando su poder se apagó de súbito. Pillándolo de sorpresa, estrelló su cara contra el agua a toda velocidad, perdiendo el sentido.

Abrió los ojos. Una cara familiar lo estaba mirando.

- No debes nadar después de comer, amigo.

- No, nada de eso, Shark – Roy se incorporó, poniéndose rojo.

- Oye, nos conocemos, y nadie nos escucha ahora, dime Allan – dijo, una vez en tierra firme, sacándose la máscara y sacudiéndose un poco el agua. - ¿Estás bien ahora? ¿No quieres que te acompañe a tu casa?

- No, no. Estoy bien, gra... – no alcanzó a terminar la frase, cuando la vibración empezó de nuevo, como el motor de un automóvil cuando se pone en marcha.

Shark se acercó y se sentó al lado. Sacó un chicle de dentro de su traje y le ofreció al pequeño. Estuvieron en silencio unos minutos, observando la magnificencia del mar. Quick sudaba tratando de detenerse, sin atreverse siquiera a decir algo, masticando su chicle con ansiedad súper acelerada.

- Hace tiempo, en mis primeras incursiones con mis poderes, estaba muy excitado por todo. Tu sabes, tener una habilidad más allá de las capacidades humanas, a la edad que tienes tú, es algo cool – dijo mientras reía, recordándose a sí mismo - Bueno, por esa época, recuerdo que estaba nadando y saltando del agua, cuando de pronto sentí que me ahogaba – Roy lo miró sorprendido, mientras temblaba aún. Shark lanzaba piedras al mar, haciéndolas saltar sobre su tensión superficial - Me asusté mucho, y me avergoncé, porque sentí que mi poder se había ido y volvía a ser una persona normal. Imagínate, tener que presentarme frente a los demás diciendo “saben, ya no tengo más poderes, así que vuelvo a mi vida normal y vuelvo a ser Fulano de Tal”.

- ¿Y qué pasó entonces? – preguntó intrigado Quick.

- Bueno, después de la primera sicosis, decidí que tenía que resolverlo. Entre todo, mis poderes se prendían, se apagaban, a veces se exacerbaban, en otras funcionaban con total normalidad. Nunca nadie me dio una respuesta coherente a lo que me sucedía, y después de un tiempo sufriendo con estas crisis, que de todas maneras no afectaban demasiado mi vida cotidiana, éstas terminaron. Así como llegaron, paulatinamente se fueron – apoyó su mentón en sus rodillas, abrazándolas, hundiéndose un momento en su propio relato.

- Entonces, nunca supiste por qué... – dijo Quick, apesadumbrado.

- No, no realmente – dijo Shark, levantando la cabeza - Pero, el final de esa época oscura coincidió con el final de mi pubertad, así que terminé por convencerme de que el descontrol de mis hormonas tuvo que ver.

Quick lo miró irse en el agua, después de darle las gracias. Al menos había algo de luz en esa pequeña charla con Shark. Nunca había considerado tanto a Shark; lo intimidaba un poco el hecho de que fuese una persona importante en el mundo acuático, casi una eminencia. Pero viéndolo ahora, era mucho más humano de lo que pensó: había obtenido sus poderes de manera artificial y también había tenido su edad. Pero también se empezó a preguntar algo: el origen de su poder.

Y allí sintió la catástrofe: su cuerpo empezó a vibrar como nunca antes. Su cuerpo empezó a cambiar de plano dimensional, desapareciendo de la playa.

VI

Estaba sentado en la mesa, frente a su equipo de radio aficionado, con los ojos cerrados. Su respiración era pausada, muy pausada. Se sintió un “clic”, y la radio se encendió. Sonrió, aún con los ojos cerrados. Hizo este ejercicio varias veces, con el televisor, con el equipo estéreo y luego con todos los aparatos electrónicos de la casa. Durante horas se entretuvo, incluso sintonizando los equipos, hasta que estuvo exhausto. Apagó los equipos y se recostó.

El zumbido en su cabeza volvió a ser perceptible, lo que era muy extraño, pues hace días había conseguido apagarlo. Fue en incremento, hasta hacerse un pitido insoportable, que lo hizo tomarse la cabeza con las manos, Al tiempo que, como un remolino, Quick apareció vibrando en su habitación, y aferrándose en las paredes, como queriendo escapar del vórtice que lo empujaba a saltar a otro punto en el espacio, le gritó:
  
- ¡Ayúdame!


Continúa...
_

No hay comentarios: