6.11.12

Quasar #15

“Imperio” (1 de 3)
Historia: Zirijo


I

En fuego y vacío ha sido bautizado. Henry Levesque, siguiendo la infinita luz de las estrellas, se encontró con el peor castigo para un hombre: perder su identidad.

La violenta estela roja plasmática que deja a en su camino hacia el norte, revela la velocidad de su carrera. Alejado de su mente, esta arma que han llamado “Quasar” es ahora su piel, su maldición. Maldición que sienten los árboles, caminos y rocas que se han cruzado en su camino de venganza.

- Señor, hemos encendido las alarmas, debemos movilizarnos... – alerta un soldado de las fuerzas canadienses a su máximo superior, el General Bernard Mathieu.

- No iré a ningún lado. Si Quasar se atreve a ponerme uno de sus monstruosos dedos encima, caerá toda la ley de este país sobre él. Es un delito marcial atacar a un superior – responde el General Mathieu, sin mostrar el miedo evidente que todos los que lo rodeaban sentían.

- De todas formas, Mathieu, creo que debemos poner las barreras necesarias – dijo LaPreé.

- Doctor LaPreé, aprecio su confianza, pero no referirse a mí teniendo en cuenta mi rango militar le podría traer serios problemas – respondió Mathieu.

- Yo no soy el enemigo… General Mathieu… - aclaró LaPreé – estoy aquí como un consultor y un asesor, en el caso de que ocurran cosas como estas.

- Bien, entonces activen los Escudos Q, y todos ustedes carguen sus armas  - ordenó el general.

Una tenue luz roja alberga ahora a cuatro de las más importantes bases militares canadienses, elevándose varios metros sobre estas, Escudos creados gracias a las investigaciones sobre el mismo miembro de Defensores Unidos, que permitieron desarrollar tecnología inimaginable hasta entonces.

- Dijiste que los brazaletes eran a prueba de fallas – dijo luego Mathieu a LaPreé, en un tono menos agresivo.

- Lo son... lo siguen siendo – respondió LaPreé – En ningún momento fueron los brazaletes de control los que fallaron. Algo más tuvo que afectar la psiquis de Quasar.

- Ya tuvimos un incidente similar con estos telépatas, en aquella misión en África* – acotó Mathieu – En esa ocasión dijo que estaba trabajando para impedir que Quasar fuera vulnerable a sus ataques.

- Y trabajé en ello, Los brazaletes interceptaron grandes nubes de datos que eran incompatibles con la psiquis de Levesque… las trabajó y las bloqueó en alguna parte de su cerebro, pero alguien, o algo más tuvieron que interceder.

- ¡Necesito comunicación inmediata con Monsieur Canadá, pónganlo en línea! – ordenó el General.

II

Levesque no estaba acostumbrado a esto. Su mente se retorcía entre recuerdos, premoniciones, futuros inciertos, y presentes múltiples. La revelación de su propia identidad y la rabia que sentía, hacían que su psiquis se paseara por lugares inexplorados de su mente.

Él sabía todo por lo que los canadienses lo hicieron pasar, pero como un observador, como un espectador alejado de su propio cuerpo. No se reconocía en mesas clínicas, ni en laboratorios siendo puesto a torturantes pruebas. El dolor, la rabia, la nostalgia, la alegría… emociones que no había explorado desde hace mucho, almacenadas en un rincón de su ser, ahora, volviendo loco su cerebro, haciéndolo explotar nuevas habilidades, nuevas destrezas.

Imágenes congeladas, reanimándose nuevamente, recuerdos producidos por clarividencia, emociones extrasensoriales. Todo tan nuevo, y tan conocido… todo tan olvidado… desde la primera vez que fue Quasar.

En aquel momento… justo cuando su psiquis se fundió con la energía proveniente de un rincón del universo, estas cosas ya estaban ahí. Los saltos cuánticos que dio su alma fueron infinitos, hasta que la plausibilidad de su ego coincidió al cien por ciento con las posibilidades individuales de su conciencia, cruzándose en el mismo sitio. Ahí nació nuevamente Henry Levesque, y ahí nació también Quasar.

La luz y la sombra que se crían en la infinidad de vacío, vieron salir de la nada a esta creatura, resultado de la manipulación absoluta de una inteligencia superior... Cosas que Henry no entendía, cosas que nunca quiso entender. Su interior era tan grande como lo es el universo que nos sustenta; su mente, capaz de viajar por las distintas posibilidades de la existencia. Su deseo, no era ninguno, solo existir, y por eso lo usaron.

Había caminado por los senderos de la casuística indescifrables veces, todo esto en un instante, alcanzando una sabiduría absoluta, pero su mente se cansó. Envejeció tanto al momento de su nacimiento, que no tuvo fuerzas para demandar. Y no fue más que una herramienta usada para propósitos mezquinos, comparados con la vida del universo… un arma absurda. Un títere. Hasta ahora.

La suave mano psíquica de Camille Sanders lo hizo despertar. Él debía ser él nuevamente, dejar de seguir las insignificantes órdenes de los hombres, para perseguir su propio objetivo.

Pero por la mente de Henry Levesque no pasaba ningún objetivo... solo confusión y enojo. Sus ojos vacíos veían entre las cuerdas que sujetan esta realidad, su piel sentía morir los taquiones en sí mismo, y a su alrededor... El poder de sus puños almacenando explosiones que sólo se ven en la superficie del sol, y su mente está en todas partes.

Quasar avanzaba por suelo canadiense. Se dirigía a la primera base. Podía ver el halo que la protegía, pero no le importaba. Dentro de la cápsula las probabilidades se reducen a cero. Su poder es incapaz de ver a través de sí mismo, y la contradicción se vuelve isotópica. Nada de eso le importaba a Levesque. Él sólo quería satisfacer el deseo más humano de todos. Venganza.

III

- Señor, el ataque fue un éxito. Hemos podido manejar la situación sin Quasar. Hemos repelido a las tropas especiales estadounidenses, y volvemos a tener el control sobre Los Angeles. – respondía Monsieur Canadá a las preguntas que formulaba el General Bernard Mathieu a través de los comunicadores a larga distancia.

- Pero aún no me dicen qué fue lo que le sucedió a Quasar para que se descontrolara así – indicó Mathieu, irritado.

- Al entrar a Los Angeles, Quasar se hizo cargo de inhabilitar las vías terrestres, tal como usted señaló en la reunión de estrategia, mientras que Polar y yo nos encargábamos del tránsito aéreo y de la población – respondió el hombre con la gran bandera de Canadá en el pecho –... Pero luego soltaron al monstruo.

- ¿Qué monstruo? – preguntó LaPreé.

- Llegó agitado, muy rápidamente, y se lanzó contra Levesque de inmediato. No pudimos interferir, ya que algunas tropas de las fuerzas estadounidenses se infiltraron en la ciudad.

- ¡¿Qué monstruo, preguntó el doctor?! – interrumpió el General.

- Se presentó como Luz, y apenas llegó causó interferencia en los comunicadores y las imágenes que estábamos enviando.

- Luz… - susurró LaPreé.

-¿Eso le dice algo, Doctor? – preguntó Mathieu.

- No, sólo tratando de hacer memoria... – respondió el Doctor – De todos modos, el enfrentamiento con Luz no sería capaz de alterar la onda de control de los brazaletes.

- Luego una mujer intervino….

- ¿Qué mujer?

- No lo sé, señor – respondió el heraldo canadiense – Ella simplemente venía con su rostro pintado, pero no llevaba ningún tipo de uniforme. Cuando ella se puso entre el camino de esos dos, algo pasó que comenzaron a convulsionar y a brillar de forma anómala.

- ¿Quién podrá ser? – se preguntaba LaPreé.

- Según Polar, ella era Lady Star. La reconoció por la descripción que le dimos, y por la forma en que estaba de pie, tomándose la cabeza… al parecer es una telépata muy poderosa.

- Sí, una telépata… ella podría haber entrado a la mente de Quasar, para alterar las ondas de recepción de las señales… eso explica la pérdida de control.

- ¿Cómo lo volvemos a controlar? – preguntó Mathieu, luego de cortar la comunicación.

- Es imposible.

- ¿Cómo que imposible?…. Lo tenemos trabajando con nosotros porque usted es una eminencia en el campo de la ciencia… no puede decir que es imposible.

- Es imposible… En nuestra actual posición, no podemos asegurar que Quasar regrese en forma pacífica, y nos deje colocarle nuevos brazaletes… a larga distancia es imposible.

- ¿Entonces? – preguntó ofuscado Mathieu.

- Debemos tenderle una trampa.

IV

Cuando Henry Levesque hizo contacto con el Escudo Q, la sensación fue como la de golpear su cuerpo con su propia mano. Las ondas emitidas por el arma canadiense poseían la misma contextura molecular que la del héroe. Los nuevos pensamientos nublaron su mirada y los transportaron a través de un salto cuántico, a una de las múltiples realidades a las que tenía acceso su agotado poder.
Se vio a sí mismo atrapado en una máquina infernal, de frente a un sujeto con un gran enchufe, atravesando su corazón, tratando de hacer girar el mundo de nuevo. Un gran dolor lo agobió y lo hizo saltar de nuevamente.

Ahora estaba en una cama, acostado al lado del amor de su vida, tratando de descubrir los misterios ocultos de las palabras. Ligando ideas a través de lazos neuronales, rápidamente, inalcanzables, ni siquiera por los iones de luz.

Cuando su alucinación terminó, Quasar se vio tendido en el suelo nevado de Canadá, en el peor de los inviernos que les haya tocado pasar. La base estaba completamente destrozada, ya que Levesque había impactado con la edificación al caer, nublado por las visiones de universos perdidos.

- ¡Alto, Levesque! ¡Estás detenido por actos de rebeldía! – le informaba un soldado que había recibido la orden desde el cuartel principal.

Sin pensarlo dos veces, Quasar expulsó una onda de energía de todo su cuerpo, golpeando a sus compañeros de armas, y lanzándolos al suelo, mientras que el edificio completo tembló, por la gran cantidad de poder emitido. Algunos dispararon al incorporarse, y otros lo hicieron del suelo, pero pasaron inadvertidos para Quasar, que se elevaba unos centímetros del suelo y avanzaba atravesando los muros de la institución militar.

Buscaba algo. ¿Venganza? No, eso todavía podía esperar. Buscaba algo que vino a su mente en ese instante de divagación dimensional, algo que lo ataba a esta realidad. Un recuerdo, de ella. Mia.

No podía dejar de pensar en Mia al momento de despertar. Una intensa lluvia de meteoritos impactó en sus recuerdos sobre ella, volviéndolo ciego ante lo que lo rodeaba.

Los soldados continuaban atacándolo, pero este ni se inmutaba. Henry estaba buscando a Mia. Era absurdo. ¿Por qué buscarla en un recinto militar?... Hasta que llegó a la sala que le sirvió de recámara los primeros días de Quasar.

Para él, Mia estaba prohibida. Sentimiento alguno estaba prohibido. Pero eran órdenes fáciles de cumplir. Sus propias emociones estaban tan ocupadas tratando de sobrevivir al frío vacío que comenzaba a predominar en el interior de su nuevo ser. Pero a pesar de todo eso, los meses en los que estuvo cautivo por LaPreé y Mathieu en este recinto, una sola cosa lo mantenía unido a esta realidad. Ese pequeño trozo de papel al que buscaba. Una fotografía de Mia que guardaba en su casillero en la base militar en sus tiempos de soldado. La recuperó gracias a un sueño, y no la dejó ir hasta su inclusión en Defensores Unidos. Un ancla de papel y recuerdos.

Henry la vio, en el mismo sitio en que estaba en todas las dimensiones la misma fotografía, y exactamente las mismas palabras que se iban a repetir una y otra vez, eternamente, nacieron de su boca.

- Te extrañé.

V

- Tenemos información de la base Suffield. Su Escudo Q fue destrozado al menos hace tres horas. Tenemos una destrucción masiva de la instalación, y no se reporta ningún superviviente – dijo el encargado de las comunicaciones del Cuartel de Mathieu – Señor, repito: ningún superviviente.

- Ese infeliz debe estar alterado… nuestros psiquiatras lograron sacarle que en los primeros días, el imbécil de Levesque nos obedecía por haber asesinado accidentalmente a cuatro de nuestros hombres… cuatro, por favor… ¡perder cuatro soldados no es nada comparado con lo que ganamos! – dijo Mathieu, perdido en sus propias divagaciones - Ahora elimina a todo un pelotón de hombres y ni siquiera da muestras de arrepentirse.

- No se observa movimiento – interrumpió el soldado, molesto por el comentario de su superior.

-  General, debemos prepararos para su arremetida – dijo entonces LaPreé – Él está buscando llegar hasta acá… se lo aseguro.

- ¿Entonces por qué no viene directamente a enfrentarme? – preguntó consternado Mathieu.

- Creo que quiere que le temamos.

- Imposible… Levesque es un inútil… ni siquiera en sus más ambiciosas fantasías podría pensar en un juego psicológico con nosotros… es un estúpido… es un soldado más.

- Creo que lo subestima, General... – dijo LaPreé.

- Lo que hago es pensar con la cabeza fría – aclara Mathieu – Como usted bien dice Doctor, lo esperaremos... pero con lo que él menos se espera.

Una interrogante se dibuja en el rostro de LaPreé, hasta que ve que Mathieu toma un arma desarrollada bajo el rótulo de “Quasar 1.5”.

- Con esto estamos masacrando a los estadounidenses…. – explicó Mathieu, sosteniendo un arma de energía residual del mismo Quasar –... y con esto mismo lo detendremos.


Continuará…
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* En “Quasar Anual” #1


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