14.11.12

Quasar #16

“Imperio” (2 de 3)
Historia: Zirijo


I

Jamás lo había pensado de esta forma. Siempre es ahora. El ayer es ahora, mañana es ahora” pensaba Henry Levesque, mientras avanzaba hacia la siguiente base militar canadiense, a ciegas, por la venganza.

Venganza contra esos que lo usaron como a un perro de caza, como su escudo y su imagen. Ellos querían que Quasar fuera su cara visible al mundo, su cuota de poder dentro del escenario mundial.

¿Quién puede hacer frente a este magnífico ser? Se preguntaban, orgullosos de la monstruosidad que cometían. Lo encadenaban a sus deseos, sus pequeñas carencias.

Todo en Quasar era perfecto para los canadienses. Su obediencia, su poder, su silencio.

El silencio producto de millones  de vidas y estrellas del cosmos que le tocó vivir. Todo se resumía en un solo instante, que pasaba por sus ojos.

La mejor de las vidas, y la primera que recordaba, era esta, la de Henry Levesque. De alguna forma mantenía consigo la fotografía de Mia, el ancla que lo ataba.

¿Este soy yo? ¿Estas son mis emociones?

Se preguntó una y otra vez, hasta aceptar a Henry como el original él. Todas las vidas del universo, todas versiones retorcidas y fragmentadas de Quasar.

Es tan minúscula la vida cuando la miras desde el corazón de un agujero negro. Es tan absoluto el universo cuando lo observas en la punta de tus dedos.

En frente, un nuevo “Escudo Q”. Esta vez, la venda de emociones estaba calmada, y allí se detuvo.

Quasar se ve a sí mismo reflejado, pero con la oscura sombre del cosmos a su espalda. El reflejo de una vida capaz de albergarlas a todas… ¿O el reflejo de todas las vidas del universo eras las que formaban la suya propia?

En tan sólo unos minutos fue rodeado por soldados canadienses armados hasta los dientes con el arsenal, resultado del Proyecto Quasar 1.5, abriendo fuego a la orden de Bernard Mathieu.

Un ensordecedor grito de furia salió de la boca de Quasar.

II

- Señor, tenemos noticias desde New York – interrumpió un soldado de comunicaciones los pensamientos del General Mathieu – The Wall está ayudando a nuestras tropas a tomarse el edificio de Naciones Unidas.

- Bien, ordene al comandante a cargo que coordine sus tropas con las de Campbell.

- Nos informan que no es él quien lidera el ataque.

- ¿Quién, entonces?

- No lo sabemos, pero no permite la comunicación con nosotros.

- Entonces apenas tengan seguro el edificio, los eliminan.

- Sí, señor.

- Señor, Quasar se está acercando a la segunda base… la que está en rango de impacto con civiles, y en la que se encuentra el depósito de armas de “rayos Q”.

- Ordene a las tropas que tomen posición de defensa del recinto. Que salgan… - se interrumpió Mathieu al ver el rostro de desesperación del soldado, por la sola idea de enfrentar a Quasar – Deme eso.

- ¡Salgan del recinto todas las tropas, para tomar formación de defensa alrededor de Quasar… recuerden: esto no es un ejercicio, él es el enemigo! – repitió Mathieu directamente al comunicador.

- Sí, señor – recibió como respuesta.

- ¿Cree que eso lo detendrá general Mathieu? – preguntó el Doctor LaPreé al militar – No sea iluso.

- Es la única manera que tenemos para detenerlo por ahora… de hecho es lo único que podemos hacer - respondió Mathieu.

- Aún podemos ponerle los brazaletes… debilitarlo para poder tenerlo bajo nuestro control.

- ¿Cómo, LaPreé? ¿Cómo quiere fabricar ese milagro?

- Con lo mismo con lo que lo interceptamos cuando regresó del espacio... con un pulso de Bosones.

- Explíqueme eso, Doctor – exigió Mathieu, al físico de la armada canadiense.

- Los Bosones son partículas elementales capaces de desarrollar supersimetría, estructuras que generan una idéntica a si misma... entre las cuales se desarrollan los Gravitones… En definitiva lo bombardearemos con gravedad.

Mathieu quedó preocupado… no parecía suficiente en su cabeza para detener a Quasar en su avance…

- Señor, hemos perdido comunicación con la base en Melfort…

- LaPreé… dispare todo lo que quera disparar… vamos a detener a ese monstruo.

III

Una escalofriante vibración recorrió la espina dorsal de los soldados que intentaban acribillar a Quasar, cuando éste soltó un grito de furia.

Los “rayos Q” provocaban pequeños espasmos en la superficie de Quasar, y cientos de disparos se hicieron sentir en su rojo y brillante ser. Como pequeñas quemaduras de cigarrillo, esa era la sensación correcta que lo embargaba cada vez que un disparo lo impactaba.

Él giró en sí mismo, aún suspendido en el aire, sobre la base militar de Melfort, la segunda en su camino. Observó a los soldados, y miró a través de su composición atómica. Él no vio sus emociones, ni sus sueños, no vio a hombres disparándole; él presenció la magia que ocurre entre las partículas que conforman la vida presente en cada uno de aquellos canadienses. Y también se vio a sí mismo, en cada arma, una pequeña parte de él, disperso, cercenado.

Con sus manos extendidas absorbió la energía de cada arma de los presentes, dejándolos desprovistos de ataque, e incapacitados para cumplir su misión. El escudo vibró a la vez que Quasar terminaba de recibir las fracciones de sí mismo que estaban disgregadas en el armamento. Se sintió enjaulado, apresado, detrás de la anomalía isotópica. Un espejo, un bastardo de sí mismo, al frente, desplegado sin voluntad, sin albedrio. Eso era para Levesque el escudo que estaba enfrente de él.

Con un movimiento de dedos, y abriendo sus brazos de par en par, Quasar comenzó a dar forma al escudo, separándolo de su fuente de poder, completando la burbuja en la que se escondía el arsenal que clamó por volver con su progenitor. Juntando sus brazos, la burbuja comenzó a apretarse, reduciendo su tamaño drásticamente. Apenas la burbuja ocupó el espacio de un segundo, la partícula, feliz de volver a su tamaño real, estalló en una explosión descomunal, opacando al sol, y a las estrellas más cercanas.

Desde fuera del sistema solar, se observó como si una fotografía hubiese sido tomada a la eternidad vestida de lentejuelas negras. Estrellas hechas vestido.

La explosión consumió al menos 50 Km a la redonda, hasta que Quasar, apenas medio segundo después de ella, absorbiera la onda expansiva, mientras su cuerpo brilló en un rojo potente.

¿Será que no pertenezco aquí? ¿Es que son reales las cosas que veo?” se preguntó Levesque, pero sintió la pesada ancla que portaba en él. Mia.

Sacudió sus ideas y abandonó el lugar de la catástrofe, ahora el objetivo estaba claro: Mathieu.

Avanzando, y al dejar la característica estela roja a su paso, Quasar notó la presencia de dos antenas justo en frente de las últimos dos “Escudos Q” que quedaban en pie, por sobre un nevado bosque de pinos. Las antenas eran verdaderos ojos, y con su paso emprendieron vuelo los cuervos que las usaban de nidos.

Cuando Quasar se aprestaba a fusionar ambos escudos cercanos, estos se desactivaron y dispararon ondas de partículas supersimétricas. Las antenas que quedaron a su espalda también dispararon estas ondas inmediatamente con la desactivación del escudo, encerrándolo en una jaula invisible.

El mareo, las náuseas, el vértigo embargaron al ahora indefenso defensor, quien de a poco descendía de los cielos. Una sensación ajena, de hambre y jaqueca, apretaron su estómago y su cabeza, agobiándolo más.

Las antenas continuaban disparando las ondas de Bosones, y Quasar caía de rodillas en el suelo, con sus manos en la cabeza, doliente, vencido.

Cerró los ojos, escuchó como se acercaba un vehículo militar. Los pasos de dos hombres. El sonido de grilletes. El silencio...

IV

Era un silencio familiar. Algo que antes había oído. Luego, oyó una orden.

- “Sargento Henry Levesque. ¿Me escucha?” – se oyó desde el comunicador del traje espacial.

Henry abrió sus ojos y vio que estaba el planeta Tierra en frente. Escombros de la Estación Espacial Internacional lo rodeaban y un ser rojo y brillante estaba a su lado.

No veía a su amigo Jean Mills, sino que sólo a esa figura que le recordaba algo.

- Señor, los escucho, hemos sido atacados. Un gran y brillante rayo de energía se dirigía a nosotros, pero mi compañero Jean la recibió por mí.

- ¿Él está muert...? ¿Él… falleció? – preguntaron desde la Tierra.

- No… pero algo extraño pasó con él.


Continúa…
_

No hay comentarios: