28.11.12

Quasar #17

“Imperio” (3 de 3)
Historia: Zirijo


I

“¡POR EL AMOR DE DIOS, SAQUEN ESAS MÁQUINAS DE MI PECHO!”

Un estrepitoso nuevo día empezaba para el sargento de la fuerza aérea canadiense, Henry Levesque. Hoy, como desde todas las noches desde que había regresado del espacio, Henry soñó que estaba amarrado a una camilla, en una sala de operaciones toda teñida de una luz roja intensa, con tubos ingresando por su pecho, y brazos, drenando parte de su cuerpo. Un dolor intenso recorría su cuerpo en esos sueños, donde hasta en algunas ocasiones despertaba a su amada Mia.

- Amor, ¿otra pesadilla? – preguntó dulcemente la mujer que compartía su cama, y su futuro.

- Esta vez es peor… sentí todo lo que me hacían, Mia... fue… pero ya estoy despierto – se consoló Levesque.

- Hoy es el gran día, te darán una condecoración, y estaré en primera fila para sacarte una fotografía para el álbum.

Ese día le darían una medalla al valor y a la lealtad, luego de que regresara para desbaratar una conspiración dentro del ejército, que llevaba armas a la estación espacial.

Eso era lo que decían. Lo que no muchos sabían era que las medallas también se las estaban dando por haber “bajado” a su amigo, y compañero de misión, Jean Mills, luego de haber estado involucrado con aquel flujo de energía proveniente del vacío.

- Si no fuera por Mills… yo…

- ¿Me dijiste algo? – preguntó Mia desde el baño, donde se arreglaba, creyendo haber escuchado algunas pálidas palabras de Henry.

- No cielo, no es nada.

La sensación del sueño que Henry había tenido repetidas veces lo acompañó en el auto en dirección a la base de Melfort.

- Sargento Levesque, que alegría verlo – lo saludó un rostro no muy familiar en las instalaciones desde su regreso. Como él, el General Bernard Mathieu había sido ascendido por los logros de Levesque.

- General, Señor – se cuadró Henry al verlo, muy al pie de la formalidad militar.

- No sea tonto, Levesque. Usted y yo somos amigos, y como amigos, le contaré que “ese tipo” nos está haciendo un gran favor, a nosotros y a todo Canadá.

Un desagrado molestó el rostro de Henry, que no evitó el gesto.

- Su amigo Mills fue rebautizado como “Proyecto Quasar”.

- ¿Quasar? – preguntó Levesque, como si ese nombre le quemara la conciencia.

- Si... ¿Algún problema con el nombre? – preguntó extrañado Mathieu.

- No, señor... sólo me pareció haber escuchado ese nombre antes – dijo, ocultando la verdad.

- Claro, Levesque, por supuesto que lo ha oído antes. Usted es un astronauta, es un nombre que sacamos del espacio.

Mientras Mathieu y Levesque conversaban amigablemente, los preparativos de la ceremonia continuaban en curso, y los organizadores pronto dieron por comenzado el acto.

Avanzado el evento, con Mia en primera fila, y lleno de soldados, le tocó hablar al General Mathieu.

-... Y sin más preámbulos, dejo con ustedes al Sargento Henry Levesque.

- Es un honor estar aquí con ustedes para recibir esta condecoración – dijo Levesque sobre el escenario, ante el público. Mentía.

- Señor, tenemos un problema – se oyó en el comunicador.

- ¿Qué es lo que sucede? – preguntó Mathieu.

- Es Quasar... está abriendo los ojos… está consciente… ¡no!.. ¡NO! – logró oír Mathieu, antes de que se cortara la comunicación.

Una luz roja entró por las ventanas del recinto, y el techo fue removido de cuajo.

- Henry Levesque… por fin nos vemos de nuevo – pronunció suspendido en el aire Quasar.

II

Un calor intenso y quemante sintieron los presentes cuando Quasar hizo presencia en aquel recinto militar, como s tuvieran a menos de 5 metros la superficie del sol. El rojo proyectado enturbiaba la vista, y nadie sabía que decir. Quasar habló nuevamente.

- La última vez que estuve consciente, tú, Henry Levesque, me llevaste a una trampa – dijo mirándose las manos, haciendo que vibraran – Mírame ahora Levesque… ¡mira lo que soy…!

- Un monstruo – susurró Mia, algo que solo Henry pudo oír.

- Antes de llegar aquí, logré entender que me llamaban Quasar… ¡Yo les voy a demostrar lo que es una verdadera explosión!

- ¡Corran! – ordenó Mathieu al momento en que Quasar comenzó a brillar y a tornarse más rojo de lo que estaba. Una onda de calor y energía lo cubrió completamente, haciendo reaccionar a los asistentes.

- Vámonos de aquí – dijo Henry, tomando del brazo a su amada.

-Esto es inevitable para ti, Levesque… tú y yo compartimos el mismo destino. – dijo Quasar antes que pudieran salir de la sala. Solo quedaban ellos tres – Todas las posibilidades, las múltiples opciones de múltiples universos nos llevan a esto... Tú y yo estamos hechos para ser uno…

- No… Vámonos Henry – le pedía Mia al hipnotizado Henry Levesque… las palabras que pronunciaba Quasar lo tenían prácticamente congelado.

- No puedo hacer esto, lo siento – dijo Mia soltándose de su mano y huyendo del lugar, dejando a Henry y a Quasar ahí, a merced de su destino.

- Levesque… no quieras escapar, somos uno, somos eso de lo que habló tu amada… un monstruo. Creados para ser un arma, para herir, para matar. Abrázame, Henry… llora y abrázame.

Quasar se acercó al paralizado Sargento, quien quiso sentir la compañía de Mia, pero ella no estaba... Luego, recordó las muertes, los asesinatos, todo lo que había hecho… no tenía palabras para expresar el dolor, la tristeza, la impotencia.

La energía abandonó el frío cuerpo de Jean Mills, y avanzó manteniendo su forma de Quasar hacia el Sargento Levesque. Una pálida y congelada lágrima fluyó por uno de sus ojos, y recorrió su mejilla. La soledad apabulló su corazón, y en el instante en que recibió el abrazo de Quasar, un agujero negro tomó su lugar, y una explosión lo tornó todo rojo.

III

Nuevamente el sonido de los grilletes, el mareo, la impotencia, y ahora un corazón roto, vacío y roto, acompañaban la oscuridad de los cerrados ojos de Quasar.

Los abrió nuevamente, y vio los brazaletes, recién abiertos y programados. Una vida de meses habían pasado en un parpadeo.

Con un esfuerzo Quasar hizo el intento de incorporarse, logrando levantar una rodilla del suelo. Miró directamente a la infraestructura de la Base, a espaldas de Mathieu y LaPreé, y con solo un deseo de su mente la hizo estallar.

El malestar cesó y Quasar fue libre. Libre de llenarse de una furia pura y un dolor profundo, por saberse solo... abandonado, maldito.

No reparó en fuerzas, y con un solo empujón, desintegró a media docena de soldados canadienses, que intentaron detenerlo, a la orden de Mathieu.

Mientras, el General corría hacia el Jeep en el que se acercaron a buscarlo, cargando la ilusa idea de esconderse de Quasar. Éste se movió a ras de suelo, dejando una zanja por donde se materializó su esencia, en forma de un aura roja. Golpeó el capó del Jeep con la palma de su mano, aplastándolo y derritiéndolo. El motor se fundió con las otras partes que constituían el vehículo.

- Es mi turno de jugar y dar órdenes, Mathieu – declaró Quasar – Vamos a dar una vuelta.

Quasar tomó a Mathieu del cuello, y lo arrastró con él hasta la Base. Justo antes de golpear el muro exterior, ambos alcanzaron la velocidad del sonido, con la fricción provocando un grito de dolor del General, quien no escuchó su propio grito hasta que fue un eco dentro del interior de la base.

Quasar lo levantó y emitió una onda de energía que salía de todo su cuerpo. A Mathieu sólo se le quemaron los vellos de la cara y algunos pelos de su cabeza, pero dentro de la base se produjo un cráter.

- ¿Por qué no me matas, Levesque? ¿Quieres que te tema? – preguntó a duras penas el General Mathieu – No lo haré… no le temeré a un monstruo.

- Soy lo que me hicieron – respondió Henry, con odio en sus palabras - ¡Mira lo que me hiciste!

- Yo no hice nada, Levesque… solo tomé lo que estuvo a mi alcance.

- Es cierto, General… pero mentes iguales a la suya me crearon. Ellos buscaban su mismo propósito… controlarlo todo, manipularlo todo.

- No… espera Quasar – interrumpió alguien. Era LaPreé, que los había seguido – Detente… mira, nosotros podemos ayudarte.

- No han hecho más que usarme.

- Pero es que no entiendes. Nosotros podemos sacarte de tu miseria, podemos darte un propósito superior. Servir a los intereses da Canadá. Mira lo que hemos logrado, ¡le dimos la pelea al Imperio Norteamericano! Ustedes, Le Projet Acadia, son los más fuertes del mundo – proclamó LaPreé nervioso.

- Canadá… este planeta es insignificante en comparación a lo que he visto… a lo que veo ahora mismo. Ustedes no son más que un experimento fallido, son el triste recuerdo de un error… igual que yo.

IV

- Suéltame, Levesque – le ordenó Mathieu a su agresor – Suéltame, basura… somos el glorioso ejército de Canadá, nadie nos menosprecia, menos un monstruo como tú.

- Voy a quemar cada una de tus neuronas antes de matarte, Mathieu – amenazó Quasar, que estaba exaltado por la furia.

- ¡Entonces, mátame de una buena vez! ¡Sé un hombre y mátame!

La vacía y fulminante mirada de Quasar se llenó de una ira primitiva, esa que sólo cabe en un corazón humano, y se enfrentó con el orgullo y decisión que inflamaban la vista del General Bernard Mathieu.

Un segundo. Diez. Un minuto. Quince minutos pasaron del enfrentamiento de voluntades, y nada. LaPreé observaba la escena, perplejo. Pudo huir, pudo atacar a Quasar o cualquier cosa, pero prefirió mirarlos, presenciar esto.

La mano de Quasar comenzó a brillar y a emitir calor. Los pies del General se movían espasmódicos, pero no decía nada. La hemorragia interna comenzó a hervir, la sangre comenzó a hervir. Vapor salía por los poros de Bernard Mathieu y la cascara seca del canadiense colgaba de la mano de Quasar, cuando este se dio cuenta que estaba muerto.

Una mirada infame dirigió Quasar buscando al Doctor LaPreé, luego de soltar al cadáver de su mano alzada, pero el Doctor ya no estaba allí. Quasar lo ignoró, y continuó mirando el cadáver, como tratando de buscar alguna sensación de compasión humana.

Nada. La muerte de Mathieu no significó nada para Henry, que ahora usaba un rojo intenso como piel. La impotencia del dolor lo pobló, dándose cuenta que nada de lo que hiciera le devolvería su vida.

Miró la fotografía de Mia, y la abrazó. La guardó entre su tejido cósmico, y se elevó en el aire.

Parte de él quería llorar, parte de él quería morir.

Una pulsión fatídica lo llenó y una mirada melancólica adornó su rostro. Una mirada que nunca más se iría.

Por un instante Levesque se supo arma. Como soldado, como Quasar. Y el propósito de toda arma, es ser usada. Quasar emprendió su vuelo en dirección a una guerra. Se dirigió directamente al corazón del Imperio.


Concluye en “IMPERIO” #10.
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